En el evangelio de este domingo, Juan Bautista proclama con toda certeza que Jesús es el Hijo de Dios. Y su convencimiento le viene de haber sido testigo ocular de cómo descendió el Espíritu Santo sobre él cuando le bautizó en el Jordán. Es el llamado «testimonio del Bautista», y que nos invita a ver en el Señor a alguien más que un simple mortal.
Una detalle de mi reflexión que se quedó en el tintero, es que Juan dice que «no lo conocía» a Jesús, a pesar de que sabemos a cierta ciencia que eran familia, posiblemente primos segundos. Pero entonces, ¿a qué se refiere cuando dice eso? Que para llegar a conocer a Dios, hemos de tener un sano deseo de verle, una firmeza en no ponerle obstáculos a que se presente como él desee, y una humilde y confiada paciencia. Y de eso nos falta mucho, acostumbrados a exigir a Dios que se presente en el momento y en la manera que nosotros deseamos. No se puede amar a Dios, a quien no ves, si no amas a tu hermano, al que ves.
No está de más decir que el paisaje del Parque Dos Menhires de A Coruña, en Galicia (España), a esa buena hora de la mañana, ayuda a la meditación bíblica. Incluso el mar y el viento estuvieron en armonía con la ocasión, permitiéndome grabar sin mayores dificultades. Espero, pues, que puedas disfrutar de esta reflexión del Segundo Domingo del Tiempo Ordinario. El Evangelio de san Juan 1, 29-34 es un texto profundo al que podemos volver una y otra vez. ¡Hasta el próximo fin de semana!