En el cuarto domingo de cuaresma, el evangelio de san Juan narra la curación de un ciego de nacimiento por parte de Jesús. El Señor usó su saliva para hacer barro y untarlo sobre los ojos del ciego, lo que nos remite a aquel Dios que hizo al hombre con sus propias manos, según el Génesis. Pero lejos de despertar la alegría en aquellos que veían con sus propios ojos la innegable curación milagrosa, sólo genera cuestionamientos y reproches para Jesús.
Algo semejante pasa en nuestra vida. No nos alegramos por el hermano que supera alguna limitación o dificultad. Ponemos en primer lugar nuestros criterios y prioridades, tratando al otro como un objeto, un estorbo, o incluso alguien incapaz de recibir un favor de Dios. Sacerdotes y no sacerdotes, en no pocas ocasiones, nos erigimos en «expertos» de lo que Dios quiere, manda, premia o castiga, y miramos con ciertas distancias al que piensa distinto. Este domingo, pues, es una invitación a dejar nuestras cegueras individualistas y abrirnos a la luz que nos trae Cristo.
Jesús y la Samaritana
Una situación semejante se nos presentó la semana pasada, el tercer domingo de Cuaresma, cuando Jesús se encontró con una mujer junto al pozo de Sicar, en Samaría. Él se presenta como el Mesías que trae un agua nueva, una vida nueva, él nos trae la eternidad que sacia todos nuestros anhelos y carencias. Valdría la pena poner la mirada en ese texto, también, para nutrirnos mejor, en estos días de Cuarentena.
No está de más deciros que estos vídeos han sido grabados con semanas de anticipación. No he roto la cuarentena establecida por el Gobierno de España para salir a grabar, y no tengo intención de hacerlo. Eso sí, espero de corazón que entre todos podamos ponerle freno al avance de la pandemia del Covid-19, popularmente llamado Coronavirus. Quédate en casa, y ayudarás mucho a que esto se haga realidad. Mucho ánimo!